Hace pocos días una persona, al saber que llevaba más de dos semanas en Valdocco junto a otros 250 salesianos, me preguntaba: ¿qué hacéis allí todo el día? Y no se me ocurrió otra cosa que decirle que se lo iba a resumir en una sola palabra: escuchar.
Escuchar las indicaciones de organización, para que todo pueda funcionar en orden y no nos falte de nada. Escuchar todos los buenos deseos que se nos hacían llegar el día de la inauguración. Escuchar a D.Pascual Chávez en sus reflexiones en las jornadas de espiritualidad, y cada sábado en su reflexión personal sobre el devenir el capítulo. Escuchar al Rector Mayor y a su consejo al presentarnos su relación sobre la situación actual de la congregación en sus diversas perspectivas. Escuchar a los hermanos del grupo de trabajo, a través de la metodología de la conversación en el Espíritu, sus reflexiones fruto de la oración previa. Escuchar a los miembros de la comisión para poder llegar a conclusiones y hacer nuestra aportación a la asamblea general. Escuchar las conclusiones de las otras comisiones y de los hermanos que piden la palabra en las asambleas. Escuchar a los secretarios al leer las actas del día anterior…
Escuchar la palabra de Dios en la Eucaristía, en laudes, en vísperas, en las lectios divinas de los sábados, en el Via Crucis de los viernes, en los momentos de oración previos al inicio de cada núcleo…
Escuchar, en el patio, en el comedor, en las buenas noches, tantas historias de hermanos, muchas de ellas de sufrimiento y de dolor, debidas a las complejas situaciones políticas, económicas y culturales de muchos de los países en los que estamos presentes. Y, en todas ellas, escuchar una palabra que se repite con gran convicción: esperanza…
Escuchar, ascoltare, listen, escutar, escoltar, écouter, słuchać, estamaa, o kiki kudasai, kusikiliza… en las diversas lenguas que van sonando a lo largo del día. Y hacer el esfuerzo y usar los medios al alcance (traductores, traducción on line, algo de intuición…) para comprender lo que se nos está diciendo y, sobre todo, hacer el esfuerzo por comprender el contexto y la realidad desde la que se está hablando…
Y, finalmente, entre tanto escuchar, intentar descubrir la voz de Dios que nos enseñe qué camino hemos de seguir, qué decisiones hemos de tomar, qué palabra tenemos que decir…
Y me doy cuenta, una vez más, que no siempre estamos en actitud de escucha. Nuestra tendencia natural es la de hablar más que escuchar, la de ir con nuestra idea y defenderla hasta el final. Porque escuchar significa ser capaz de cambiar tu idea o, mejor, la de construir una idea común que mejora las ideas previas. Escuchar requiere humildad y paciencia, dos actitudes que solemos abandonar fácilmente. Escuchar implica dejar el propio “ego” a un lado, para que el centro lo ocupe Dios. Y me reafirmo en que el primer paso en toda acción educativo-pastoral ha de ser la escucha.
Y, como no, también suelo empezar el día escuchando la radio, para tomar conciencia de las principales noticias del día, y pienso… ¡qué diferente sería el mundo si nos escucháramos más!