Las últimas Buenas Noches en Valdocco hicieron que se me saltaran las lágrimas al escuchar el testimonio de hermanos que conozco y aprecio y que están siendo signos de esperanza en las casas salesianas en medio de la brutalidad de la guerra.
Con ese eco en mi conciencia que relativiza tantos lamentos y quejas de la vida cotidiana viajaré mañana a Roma para atravesar la puerta santa del jubileo de la esperanza. Es fácil pasar por una puerta que está abierta de par en par. Más complicado es abrir la puerta del corazón a la acción de Dios para que nos llene de una esperanza firme y contagiosa.
La esperanza es la fe que se convierte en confianza y que crea profecía. Surge de una experiencia personal de la aceptación incondicional y gratuita de Dios en quien podemos depositar la confianza de que pase lo que pase siempre permanecerá fiel.
La esperanza nos libera del exceso de atención sobre uno mismo, del miedo y de la preocupación angustiosa por el futuro. Nos regala la confianza en nosotros mismos para desear lo que aún no existe y esperarlo con paciencia.
La esperanza nos ayuda a mirar a los demás de otra manera. Genera confianza en el otro para abrirse una relación fraterna que produzca estimación mutua.
Pensemos, recemos, hagamos de nuestra vida un signo de esperanza para quienes tenemos cerca.